Jueves Sexo - Anais y Henry
¿Que se puede decir de Henry Miller y de Anais Nin? ... creativos, artistas, complices, seres que dejaron huella en su creacion artistica y en su modelo de vida...
Bienvenidos! Aprendamos juntos!
Al cumplir ochenta
Bienvenidos! Aprendamos juntos!
Al cumplir ochenta
Si a los ochenta años no estás ni tullido ni
inválido y gozas de buena salud, si todavía disfrutas una buena caminata y una
comida sabrosa (con todo y acompañamientos), si duermes sin pastillas, si las
aves y las flores, las montañas y el mar te siguen inspirando eres de lo más
afortunado y deberías arrodillarte en la mañana y en la noche para darle
gracias al Señor por mantenerte en forma. En cambio si eres joven pero ya
tienes cansado el espíritu y estás a punto de convertirte en autómata, sería
bueno que te atrevas a decir de tu jefe —en silencio, claro— “¡Al carajo con
ese fulano, no es mi dueño!”. Si no te has quedado culiatornillado y si te
sigue emocionando un buen trasero o un magnífico par de tetas, si todavía
puedes enamorarte las veces que sea y si perdonas a tus padres por el delito de
haberte traído al mundo, si te hace feliz no llegar a ningún lado y vivir al
día, si puedes olvidar y perdonar y evitar volverte amargado, cascarrabias,
resentido y cínico, hombre, ya vas ganando.
Lo que importa son las cosas pequeñas, no la fama
ni el éxito o el dinero. La cima es muy estrecha, pero abajo hay muchos como tú
que no se estorban ni se molestan. Ni por un instante se te ocurra que los
genios viven felices; todo lo contrario, dan gracias por ser del montón.
Si tuviste una buena trayectoria, como es de
suponer que yo la tuve, los últimos años podrían ser los más infelices de tu
vida (salvo que hayas aprendido a tragarte tus mentiras). El éxito, desde el
punto de vista mundano, es la plaga del escritor que aún tiene algo que decir,
pues cuando llega la época en que podría disfrutar un poquito del ocio, resulta
que está más ocupado que nunca porque se ha vuelto víctima de admiradores y
adeptos y de todos los que desean explotar su nombre. Aquí se enfrenta otro
tipo de lucha: el problema consiste en mantenerse libre y hacer sólo lo que uno
quiere.
Con todo y una visión del mundo que es producto de
una gran experiencia, con todo y una filosofía elaborada para la vida diaria,
uno cae en la cuenta de que los tontos se vuelven más tontos y los pelmazos más
pelmazos. De uno en uno la muerte se lleva a tus amigos o a los grandes hombres
que reverenciabas; mientras más viejo, más pronto se te mueren. Al final te
quedas solo y ves a tus hijos o a los hijos de tus hijos cometer los mismos
errores absurdos, esos errores casi siempre lamentables que cometiste tú a su
edad, y ni lo que digas ni nada de lo que hagas podrá evitarlo. Sin duda al
observar a los jóvenes se termina por comprender lo idiota que uno mismo fue en
su momento (y tal vez lo siga siendo).
Hay algo que para mí se vuelve cada vez más claro:
en lo fundamental la gente no cambia con los años. Salvo raras excepciones la
gente no evoluciona ni se transforma: un roble sigue siendo un roble, un cerdo
cerdo y un zopenco zopenco. Lejos de mejorar, el éxito por lo general acentúa
las faltas o fracasos. No es raro que los tipos brillantes de la escuela en
cierta medida dejen de serlo una vez que salen al mundo. Si en tu grupo te
disgustaban ciertos chicos o si los despreciabas, después te
parecerán peores convertidos en hombres de negocios, estadistas o generales de
cinco estrellas. La vida nos obliga a aprender ciertas lecciones pero no
necesariamente a crecer. Aquí entre nos, con dificultad cuento a una docena de
individuos que logro aprender las lecciones de la vida; la gran mayoría no
sabría ni su nombre si yo lo pronunciara.
En cuanto al mundo en general, no sólo no lo veo
mejor que cuando era yo un niño de ocho años sino mil veces peor. Un escritor
famoso alguna vez lo resumió de este modo: “el pasado me parece horrible, el
presente gris y desolado y el futuro totalmente espeluznante”. Por fortuna, no
comparto este sombrío punto de vista. En primer lugar, no me interesa el
futuro; en cuanto al pasado, bueno o malo, le he sacado el mayor partido; lo
que me quede de futuro es producto de mi pasado. El futuro del mundo se
lo dejo a los filósofos y visionarios. Lo único que tenemos todos es el
presente, pero muy pocos lo vivimos alguna vez a plenitud. No soy pesimista ni
optimista; para mí el mundo no es esto ni aquello sino todo al mismo tiempo y
así será para cada quien en su propia medida.
A los ochenta creo que soy una persona mucho más
alegre que cuando tenía veinte o treinta años. Para nada querría ser
adolescente otra vez: la juventud puede parecer gloriosa pero también duele
sobrellevarla. Es más, lo que llamamos juventud no es tal, en mi opinión se
trata más bien de algo así como una vejez prematura.
Con la maldición o la bendición de haber vivido una
adolescencia eterna, alcancé cierta madurez pasados los treinta años, No fue
sino hasta los cuarenta que comencé a sentirme joven en serio; para entonces ya
estaba listo (Picasso dijo alguna vez: “uno comienza a volverse joven a los
sesenta pero para entonces ya resulta demasiado tarde”). En esa época había
perdido muchas ilusiones, pero por suerte mantenía el entusiasmo, la dicha de
vivir y una curiosidad inagotable. Tal vez fue esa curiosidad —por todo y por
cualquier cosa— lo que me convirtió en el escritor que soy. La curiosidad nunca
me ha faltado y hasta el peor pelmazo me puede provocar interés (si aún tengo
el ánimo de escuchar).
Con este atributo viene otro que valoro sobre todos
los demás: el sentido del asombro. Sin importar qué tan limitado pueda volverse
mi mundo, no me lo imagino sin mi capacidad de asombro; en cierto sentido creo
que puedo definir esta capacidad como mi religión. No me pregunto de qué manera
surgió la creación en que nos hallamos sumergidos, sólo la disfruto y la
valoro. Rabiando por la condición de la vida y la forma en que la vivimos, ya
dejé de creer que yo tengo el remedio. Quizá pueda modificar hasta cierto punto
mi propia situación pero nunca la de los demás. Ni veo que nadie, en el pasado
o el presente, por grande que fuera, haya podido realmente alterar la condition
humaine.
El mayor temor de la gente al pensar en la vejez es
que será incapaz de hacer nuevos amigos, mas quien tuvo alguna vez la facultad
de cultivar nuevas amistades, no la perderá por viejo que sea. En mi opinión,
después del amor, la amistad es lo más valioso que nos ofrece la vida, Nunca he
tenido problemas para hacer amigos; de hecho, a veces esa facilidad se ha convertido
en un obstáculo. Dice el dicho: “dime con quién andas y te diré quién eres”,
pero mucho he reflexionado yo qué tan cierto es esto. Toda la vida tuve amigos
provenientes de mundos totalmente disímiles, tuve y sigo teniendo amistad con
personas que no son nadie y debo confesar que se cuentan entre mis mejores
amigos. He sido amigo de criminales y de ricos despreciables. Mis amigos me
mantienen vivo, me han dado ánimo para proseguir y también, muchas veces, me
han aburrido hasta las lágrimas. En lo único que insisto con todos mis amigos,
sin importar su clase social o su condición, es que hablen con la verdad; si no
puedo ser abierto y franco con un migo, o él conmigo, no me interesa.
La capacidad de ser amigo de una mujer, en
particular de la mujer a la que amas es, para mí, la mayor de las proezas. El
amor y la amistad rara vez van de la mano. Es más fácil ser amigo de un hombre
que de una mujer, sobre todo si es atractiva. En toda mi vida he conocido
apenas unas cuantas parejas que son amigos además de amantes.
Tal vez lo más alentador de envejecer con gracia
sea la capacidad cada día mayor de no tomar las cosas demasiado en serio. Una
de las grandes diferencias entre un sabio genuino y un predicador radica en la
jovialidad: cuando el sabio ríe la risa sale de la panza; cuando se ríe el
predicador (raras veces) le sale de la mejilla equivocada. Al hombre sabio de
verdad —¡incluso al santo!— no le interesa la moral; está por encima y más allá
de tales consideraciones, tiene un espíritu libre.
Con la edad mis ideales, que por lo general niego
tener, se alteran en forma definitiva. La idea es vivir sin ideales, sin
principios, sin ismos ni ideologías. Quiero sumergirme en el
océano de la vida como un pez en el mar. De joven me interesaba enormemente el
estado del mundo; hoy, aunque todavía pataleo y me enfurezco, me contento con
sólo deplorar el estado de las cosas,. Puede sonar petulante hablar así pero en
realidad significa que me he vuelto más humilde, más consciente de mis
limitaciones y de las de mis semejantes. Ya no intento convertir a la gente a
mi propia visión, ni sanarla, ni me siento superior porque no muestra gran
inteligencia. Uno puede combatir el mal, pero contra la estupidez no existe
arma posible. Creo que la condición ideal de la humanidad sería vivir en un
estado de paz en el amor fraterno, pero debo confesar que no conozco forma
alguna de producir tal condición. He aceptado el hecho, sumamente difícil, de
que los seres humanos se inclinan a portarse de una forma que ruborizaría a los
propios animales. Lo irónico, lo trágico, es que muchas veces nos comportamos
de manera innoble en nombre de los que consideramos motivos sublimes. La bestia
no se disculpa por matar a su presa; la bestia humana, en cambio, llega a
invocar la bendición de Dios cuando masacra a su prójimo, olvida que Dios no
está de su lado sino a su lado.
Aunque sigo siento lector, cada día me abstengo de
más libros, Mientras que en los años mozos buscaba en ellos instrucción y
orientación, hoy leo sobre todo por placer. Ya no me tomo tan en serio ni los
libros ni a los autores, en especial los libros de “Pensadores”. Hoy su lectura
me parece letal y cuando en realidad emprendo la lectura de lo que se podría
llamar u libro serio, busco más corroboración que ilustración. El arte puede
ser terapéutico, como dijo Nietzsche, pero sólo de modo indirecto. Todos
necesitamos estímulo e inspiración, pero éstos nos llegan por distintos caminos
y casi siempre en una forma que escandalizaría a los moralistas. Cualquier
camino que uno elija será como caminar en la cuerda floja.
Tengo muy pocos amigos o conocidos de mi edad o de
edad cercana. Aunque suelo sentirme incómodo en compañía de ancianos, me
despiertan gran respeto y admiración dos hombres muy viejos que parecen
eternamente jóvenes y creativos. Me refiero a Pablo Cassals y a Pablo Picasso,
ambos hoy de más de noventa años. Esos nonagenarios juveniles ponen en
vergüenza a los jóvenes, a hombres y mujeres de mediana edad y clase media,
decrépitos en verdad, cadáveres vivientes, por así decirlo, esclavos de sus
cómodas rutinas que imaginan que el status quo ha de durar siempre, o que
tienen tanto miedo de que sea otro el desenlace que se retiran a sus refugios
mentales para esperar el fin.
Jamás he sido parte de ninguna organización religiosa,
política ni de ninguna otra índole. Nunca en mi vida he votado; he sido
anarquista filosófico desde mi adolescencia. Soy un exiliado voluntario que
tiene hogar en todas partes salvo en su propia casa. De niño tuve muchos ídolos
y hoy, a los ochenta, aún tengo algunos: la capacidad para admirar a otros
—aunque no necesariamente implique hacer lo mismo que ellos— me parece de suma
importancia; pero importa más tener un maestro, el punto es cómo y donde
encontrarlo; casi siempre habita entre nosotros pero no lo reconocemos. Por
otro lado he descubierto que tal vez uno pueda aprender más de un niño pequeño
que de un maestro acreditado.
Pienso que el Maestro (con mayúscula) tiene la
misma calidad del sabio y el profeta. Es una pena no poder criar ese tipo de ejemplares.
Lo que suele llamarse educación para mí es una tontería absoluta que impide el
crecimiento. A pesar de todos los cataclismos sociales y políticos por los que
pasamos, los métodos educativos aceptados en todo el mundo civilizado siguen
siendo, al menos a mi modo de ver, arcaicos y estúpidos; sólo contribuyen a
perpetuar los males que nos hacen inválidos. William Blake dijo: “Los tigres de
la ira son más sabios que los caballos de la educación”. Yo no aprendí nada de
valor en la escuela; dudo que pudiera pasar un examen de primaria en cualquier
materia incluso hoy. Aprendí más de los idiotas y de los don nadie que de los
profesores de esto y aquello. La vida es el maestro, no el Consejo
de Educación, Por extraño que parezca, me inclino a coincidir con aquel
miserable nazi que dijo: “Cuando escucho la palabra Kultur me
dan ganas de empuñar mi revólver”.
Nunca me han interesado los deportes organizados;:
me importa un carajo quién rompe ese récord o aquél. Los héroes del béisbol, el
fútbol y el básquetbol me son prácticamente desconocidos. Me disgustan los
juegos de competencia: uno no debe jugar para ganar sino para disfrutar el
juego, sea lo que sea. Prefiero jugar en vez de hacer ejercicios y hacerlo solo
en vez de formar parte de un equipo. Nadar, andar en bicicleta, caminar en el
bosque o jugar pong pong satisface toda mi necesidad de ejercicio. No creo en
las lagartijas, ni en levantar pesas ni en el fisicoculturismo; no creo que
haya que hacer músculos a menos que se utilicen para algún fin vital, Creo que
las artes de autodefensa deberían enseñarse desde una edad temprana y
utilizarse sólo como tales (y si la guerra es el orden del día para las
generaciones futuras, entonces debemos dejar de mandar nuestros hijos al
catecismo y mejor enseñarles a convertirse en asesinos profesionales).
No creo en la alimentación sana ni en las dietas;
lo más seguro es que no haya comido adecuadamente durante toda mi vida y estoy
bien. Como para disfrutar mi comida; haga lo que haga, primero ha de ser para
disfrutar. No creo en los exámenes médicos; si algo me falla prefiero no
saberlo, pues sólo me preocuparía y agravaría mi mal. Con frecuencia la
naturaleza se encarga de nuestras dolencias mejor que cualquier médico. No creo
que exista receta médica alguna para una larga vida; además, ¿quién quiere
vivir cien años?, ¿qué casi tendría? Una vida breve y alegre es mucho mejor que
una larga vida sustentada por el miedo, la cautela y la perpetua vigilancia
médica. Con todo y el progreso de la medicina aún tenemos todo un santoral de
enfermedades incurables; las bacterias y microbios siempre parecen tener la
última palabra. Cuando todo falla, el cirujano sale a escena, nos corta en
pedazos y nos despoja hasta del último centavo, ¿es eso el progreso?
Lo que le falta a nuestro mundo actual es grandeza,
belleza, amor, compasión y libertad. Se fueron los días de los grandes hombres,
los grandes líderes, los grandes pensadores. Para sustituirlos creamos un
engendro de monstruos, asesinos, terroristas, que parecen inoculados de
violencia, crueldad, hipocresía. Al citar lo nombres de las figuras ilustres
del pasado, como Pericles, Sócrates, Dante, Abelardo, Leonardo da Vinci,
Shakespeare, William Blake o aun el loco de Luis de Baviera, se olvida uno de
que aun en tiempos más gloriosos hubo extrema pobreza, tiranía, crímenes
inconfesables, horrores de guerra, malevolencia y traición. Siempre han
existido el bien y el mal, la fealdad y la belleza, lo noble y lo innoble, la
esperanza y la desesperación. Parece imposible que los contrarios dejen de
coexistir en lo que llamamos mundo civilizado.
Si no podemos mejorar las condiciones en que
vivimos podemos al menos ofrecer una salida inmediata y sin dolor, Hay una
forma de escape mediante la eutanasia, ¿por qué no se le ofrece a los millones
de miserables desahuciados que carecen de toda posibilidad de disfrutar
siquiera una viuda de perros? No pedimos nacer, ¿por qué negársenos el
privilegio de dejar el mundo cuando las cosas se vuelven insufribles]? ¿Debemos
esperar a que la bomba atómica nos acabe a todos juntos?
No me gusta terminar con una nota amarga. Como bien
lo saben mis lectores, mi lema de toda la vida ha sido “siempre contento y
siempre luminoso”. Tal vez por eso nunca me canso de citar a Rabelais: “para
todos tus males te doy la risa”. Al mirar hacia el pasado, veo mi vida llena de
momentos tráficos pero la contemplo más como una comedia que como una tragedia.
Una de esas comedias en las que mientras te doblas de risa también sientes que
se te quiebra el corazón. ¿Qué mejor comedia podrá haber? El hombre que se toma
demasiado en serio no tiene salvación. La tragedia que vive la gran mayoría de
los seres humanos es otro asunto: para ello no veo elemento de alivio alguno,
Cuando hablo de una salida sin dolor para los millones de personas que sufren
no hablo con cinismo o como quien no ve esperanza alguna para la humanidad. En
sí, la vida no tiene nada de malo., es el océano en el que nadamos y se trata
de adaptarse o hundirse, pero nuestra capacidad como seres humanos radica en no
contaminar las aguas de la vida, no destruir el espíritu que nos infunde
aliento.
Lo más difícil para un individuo creativo es evitar
el impulso de ver el mundo según su propia conveniencia y aceptar al prójimo
por lo que es, malo o bueno o indiferente. Uno tiene que poner todo su esfuerzo
aunque nunca resulte suficiente.
Somos seres sociales:
Twitter: @pieladentro @hosscox
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